Con esta imagen queda duramente mofada nuestra falta de imaginación. Siempre se ha hecho hincapié en lo mucho que deberíamos aprender y admirar de los más pequeños, esos niños que no están contaminados por la realidad de nuestro mundo. Y así nos lo quiso mostrar el profesor Saseta, que criticó las intervenciones arquitectónicas propuestas por la clase de P2 con el objetivo de hacernos ver las extensas posibilidades que poseía un lugar como la Casa de la Moneda.
Pensar, actuar, intervenir, disfrutar, vivir... Son al fin y al cabo, actividades que no debemos dejar en segundo plano con la intención de ver nuestro planeta al más puro sentido infantil, pues la inocencia es la madre del aprendizaje. Eso sí, nunca centrando nuestras intenciones en el éxito, sino en la realización personal y la superación de metas que nos ayuden a seguir mejorando nuestro conocimiento. "Sólo sé que no sé nada", decía el griego Sócrates, que en sus años de impasibilidad social, filosofaba sobre lo más banal e inmerecido; o ya no tan lejano, el contemporáneo Antonio Machado, que loaba a las moscas en uno de sus tantos poemas.
Es por ello por lo que debemos concienciarnos de que hay algo más allá de lo que vemos con los ojos, hay un porqué detrás de cada rutina, de cada simpleza. Nuestro objetivo de denotación ambiciosa debe ser el llegar a ahuyentar esa cortina que nos impide vivir en inocencia, sentir arquitectura.
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