Cuando se supone que el ser humano avanza en el tiempo para así avanzar en progreso, nos topamos con vergonzosas comparaciones como la del Imperio Romano. Siendo innumerables, y admirables, sus virtudes, centrémonos en el ámbito privado-público. Los romanos podían honrosamente fardar de un estado unido y conquistador que sabía combinar perfectamente ambos espacios, consiguiendo una armoniosa convivencia entre su elevada población.
Muy al contrario, la sociedad contemporánea ha vivido los momentos más tensos y corrompibles de su historia, debido justamente a ese fallido intento de escoger entre el espacio público y el privado. Y es que ya nuestros ancestros nos mostraban que el equilibrio entre ambos erradicaba en el éxito y la armonía. Sin embargo, han sido necesarias guerras y destrucciones para que ambos bandos desahogaran sus pretensiones por el interés común.
Llegados a este punto, en el que una imparcialidad dudosamente justa parece haber encontrado lugar para ambos, seguimos viendo esa fractura social, quedando tan lejos aquella armonía romana. Entonces, ¿hacia qué lado tirar? ¿Qué bando defender? Hoy parece que nos encontramos ante la espada y la pared sobre este aspecto, pues política, sociedad, cultura... todo parece dividirse en estos dos peligrosos conceptos, que no en vano han hecho tanto daño.
En el mundo de la arquitectura, la separación de los espacios es una importante clave para su estudio. Al fin y al cabo, la creación de espacios es la primordial tarea de los arquitectos y en ellos está la clave para disipar las diferencias. ¿Qué pedirles? Que sorprendan a un mundo cultivado por el desconocimiento del habitar.
Si no, ¿qué es lo que nos depara al continuar con este comportamiento?
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