La Casa de la Moneda. Contexto
Era el centro neurálgico donde se fundía el oro y la plata de la época que después era convertido en marcos y doblones para posterior sostenimiento de la economía europea en pleno siglo XVI.
En los siglos de pleno apogeo trabajaban más de 200 empleados que se encargaban de alimentar los hornos y tener en funcionamiento la fundición.
Estaba ubicada en la entrada de la ciudad, entre la Torre del Oro y la Torre de la Plata.
Sufrió varias reformas durante su uso como Real Fábrica, una reforma en el siglo XVI y otra en el siglo XVIII, cuando se le añadió la gran portada que conforma el acceso principal, obra de Sebastián Van Der Borcht así como otra serie de reformas de cara a solventar problemas de filtraciones y estructurales derivados del terremoto de Lisboa de 1755.
Dejó de funcionar en el siglo XIX, sus instalaciones se aprovecharon como conjunto residencial, poco a poco se fue abandonando y llegó a deteriorarse de manera que se encontraba en estado totalmente ruinoso hasta que a finales del siglo XX se decidió su restauración, quedando un edificio semejante a lo que era en su esplendorosa época. Actualmente solo queda por restaurar la portada principal.
La paralización de las obras que hasta hace unas semanas se ejecutaban en el cuerpo edificado principal de la Casa de la Moneda, decidida por la Comisión de Patrimonio, es un episodio que ilustra a la perfección la falta de criterio de las administraciones públicas con respecto a algunos de los edificios históricos de Sevilla.
En el caso del solar de esta antigua institución financiera, cuyo perímetro ha sido objeto de múltiples transformaciones, y donde ahora conviven elementos antiguos y contemporáneos, entre ellos un edificio de Rafael Moneo (Previsión Española), se da la circunstancia de que la defensa del patrimonio, pregonada por las instituciones, no siempre se corresponde con sus decisiones concretas. Urbanismo, en primer término; y la Junta, como organismo tutelante, habían dado luz verde a un proyecto de remodelación que pretendía recuperar la fachada del edificio sin renunciar a los aprovechamientos urbanísticos previstos por el Plan General de Sevilla.
Los promotores obtuvieron el nihil obstat administrativo e iniciaron los trabajos. Cuando el impacto visual de la reforma empezó a ser evidente para los ciudadanos, la denuncia de este periódico y de entidades conservacionistas provocaron una inspección acelerada y la suspensión de las obras. Lo llamativo es que la orden de paralización se sustenta en base a levísimas alteraciones del proyecto original (dos muros de carga y un pretil de apenas 50 centímetros).
Sin discutir la necesidad de que los promotores cumplan escrupulosamente los proyectos autorizados, en este caso parece que a la inexplicable flexibilidad administrativa previa, que validó el inicio de las obras sabiendo de sobra cuál sería su impacto visual, ha seguido un extraño celo protector que hubiera sido mucho más conveniente al estudiar el proyecto de remodelación. El patrimonio es un asunto de vital importancia para ser objeto de vaivenes e incoherencias. Si el proyecto se consideraba lesivo para el edificio no había que haberlo autorizado de entrada.
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